El día que lloraste,
Las sábanas se tiñeron de azul
Y el tiempo se frenó
Un instante proporcional a la caída de la primera gota.
En el mismo momento
En que cubrías con tu mano
Tu cara empapada de vergüenza y sal,
La mía se fue acomodando
Debajo de tus ojos, cristalinos,
Y secó con esmero el aguacero
Que ella había provocado.
Y ese pedazo de congoja transparente,
Esa demostración de vulnerabilidad rodante,
Reposó en mi pulgar unos segundos.
Luego, pereció.
Agustina Sosa